El diccionario de la RAE define maridaje como “unión, analogía o conformidad con que algunas cosas se enlazan o corresponden entre sí”. Desde un punto de vista gastronómico, el maridaje es el arte de combinar una bebida (en nuestro caso cerveza) y un plato, empleando dos principios básicos: el equilibrio y el diálogo. Es cierto que la armonía entre la bebida y los diferentes platos viene marcada por los gustos personales de cada uno de nosotros, por tanto no hay una fórmula exacta para lograr la unión perfecta. Independientemente de esto, sí se pueden establecer unas pautas generales sustentadas en ese equilibrio y diálogo que antes comentábamos (las bases de una buena relación).
En nuestra cultura gastronómica estamos acostumbrados a dos conceptos que no son del todo reales: la bebida ideal para un maridaje es el vino y un buen maridaje siempre está ligado a platos sofisticados o de elaboración compleja. Podemos realizar excelentes maridajes con cualquier bebida y, como no, la cerveza ocupa un puesto principal. El gran interés que la cerveza despierta en el público desde hace unos años hace que cada vez sean más los restauradores que desarrollan menús, platos y tapas en los que la cerveza es la bebida protagonista. La enorme cantidad de estilos, la variedad de las materias primas con las que está elaborada, su amplísimo abanico sensorial y sus volúmenes de alcohol moderados convierten a la cerveza en una “reina” gastronómica.
Por otra parte, los hosteleros llevan cientos de años realizando maridajes sencillos (mucho antes de que esta palabra comenzara a sonar) en los que tradicionalmente la cerveza ya era protagonista. ¿Quién no ha disfrutado de una caña y un bocadillo de calamares?, ¿habrá alguien que no sonría cuando piensa en una cerveza y unas patatas fritas o unas olivas aliñadas? Generalmente la clave y la dificultad está en la sencillez.
Maridaje perfecto
Para encontrar el maridaje perfecto entre una cerveza y un plato, recomendamos tener en cuenta las siguientes pautas generales:
- Si un consumidor tiene claros sus gustos y preferencias, el profesional no debe aplicar propuestas estándar de maridaje. En ese caso, y en base a esos gustos, el profesional indagará y personalizará la combinación apropiada.
- Hay que buscar puntos de equilibrio. Uno de ellos es la temperatura del plato. No es recomendable fusionar cervezas ligeras, suaves y más carbonatadas con platos como guisos y potajes. Los platos con mayor temperatura de servicio generalmente se maridan con cervezas de más cuerpo, con alta maltosidad, con un amargor más acusado y con un mayor volumen de alcohol.
- El sabor de un plato no debe tapar los matices de la cerveza y al contrario. Tiene que haber diálogo entre ambos. Esto es imprescindible en los maridajes por contraste, donde se busca un balance y que no haya un ganador en la contienda. Por esto hay que considerar que la intensidad de un plato viene marcada por factores como el contenido graso y que la potencia de una cerveza viene dada por su contenido alcohólico, su maltosidad.
- El carácter lupulado de la cerveza no es un enemigo, todo lo contrario. La presencia del lúpulo se traduce en notas cítricas, resinosas, herbáceas y florales que buscarán aliados en las especias y en los componentes más aromáticos de los platos.
Con la aplicación de estos consejos se localizan puntos de encuentro y de potencialidad entre cerveza y plato. Con total seguridad el profesional tiene que trabajar para afinarlos en cada caso. Lo que sí hay que tener en cuenta es que cuando se presenta una buena combinación entre plato y bebida, el resultado no es una simple adición sino la multiplicación de sensaciones. Ésta es parte de la magia de un buen maridaje.
Amantes de la cerveza sobre todas las cosas…¡A disfrutar!